2026, un año de esperanza
Hoy despedimos un año más. Un año que se va, cargado de luces y de sombras, de avances y de heridas que aún supuran. Un año que nos deja cicatrices visibles e invisibles, pero también aprendizajes que no deberíamos olvidar. Y lo hacemos desde la palabra, desde la reflexión serena, desde la voz de un simio que observa al ser humano con distancia, con preocupación… y aún con esperanza.
Ojalá 2025 se marche llevándose consigo el estruendo de las bombas, el ruido ensordecedor de las armas, el lenguaje del odio que divide y enfrenta, la política del insulto y la confrontación, y la peligrosa costumbre de mirar hacia otro lado cuando el dolor no nos toca de cerca.
Que el nuevo año nos traiga algo tan sencillo, y al mismo tiempo tan revolucionario, como la empatía. Que los gobiernos comprendan, de una vez por todas, que gobernar no es dominar ni imponer, sino cuidar, proteger y servir. Que entiendan que el poder sin humanidad no es progreso, es fracaso, y que ningún interés económico o geopolítico puede estar por encima de la vida.

Ojalá 2026 sea el año en que los pueblos originarios recuperen no solo las tierras que les fueron arrebatadas, sino también el respeto, la dignidad y la voz que nunca debieron perder. Que sean reconocidos como lo que siempre han sido: guardianes de la vida, protectores de la biodiversidad, memoria viva de nuestra relación ancestral con la Tierra. Que se les trate como ciudadanos de pleno derecho, sin discriminación, sin olvido, sin desprecio.
Que la política deje de ser un campo de batalla entre ciudadanos enfrentados y se transforme, por fin, en un espacio de encuentro, de diálogo sincero, de construcción común. Que las diferencias no se utilicen como armas, sino como puentes para avanzar juntos hacia un mundo más justo.
Que recordemos que esta Tierra —o este planeta de agua— no nos pertenece. La habitamos. Es nuestra casa común. La única. Y cuidarla no es una opción ideológica ni una moda pasajera, es una responsabilidad ética y moral con las generaciones que vendrán y con todas las formas de vida que la comparten con nosotros.

Ojalá el horizonte se vuelva verdaderamente prometedor, no por promesas vacías ni discursos grandilocuentes, sino por actos valientes, coherentes y responsables. Que las guerras terminen. Que el negocio de la muerte deje paso a la cultura de la paz. Que las banderas blancas no solo ondeen en los mástiles, sino también en nuestras conciencias y en nuestros corazones.
Que los pueblos masacrados por los conflictos armados, por el odio y por la ambición, puedan resurgir de sus cenizas con justicia, con memoria y con dignidad. Que el dolor no sea olvidado, pero que tampoco condene al futuro.
Y que la felicidad alcance a todos los seres vivos. A los humanos y a los no humanos. A quienes sienten, sufren, aman y sueñan en silencio, aunque no hablen nuestro idioma ni caminen erguidos. Porque la vida no entiende de especies superiores, sino de respeto y convivencia.

Que el nuevo año nos haga más conscientes, más humildes, más responsables. Más humanos. Y quizá, también, un poco más simios en el mejor sentido de la palabra: más conectados con la naturaleza, más fieles a la vida, más conscientes de que formamos parte de un todo y no somos dueños de nada.
Desde Reflexiones de un simio, despedimos 2025 y damos la bienvenida a un nuevo año con un deseo profundo y compartido. Que la paz deje de ser un deseo y se convierta en un camino. Un camino que recorramos juntos.
