El agua: derecho de vida, instrumento de muerte

Programa de Radio - YouTube Enrique Indio Coria - Wenum Mapu Meu - Volver a la Tierra
El agua: derecho de vida, instrumento de muerte

TEXTO EMITIDO EN VIDEO POR PEDRO POZAS TERRADOS, DENTRO DEL ESPACIO "REFLEXIONES DE UN SIMIO" EN EL PROGRAMA DE RADIO - YOU TUBE "WENUM MAPU MEU - VOLVER A LA TIERRA, DITRIGIDO POR "ENRIQUE INDIO CORIA".

JUEVES - 3 DE ABRIL DE 2025

TÍTULO: "El agua: derecho de vida, instrumento de muerte"

Queridos oyentes de Reflexiones de un simio:

Hoy quiero hablarles de un crimen invisible, cotidiano, global… un crimen de lesa humanidad que se comete a diario sin que tiemble una sola conciencia en los despachos del poder. Hablo del agua. Del derecho al agua. Del secuestro de ese derecho.

Vivimos en un siglo XXI en el que la humanidad ha logrado enviar sondas a los confines del sistema solar, pero aún millones de personas mueren al año por no tener acceso a agua potable. Y no es por falta de tecnología, ni por falta de medios. Es por falta de voluntad. Es por codicia. Es porque el agua se ha convertido en un arma de sometimiento, en una herramienta geopolítica, en un negocio de sangre y sed.

He denunciado esta realidad ante las más altas instancias internacionales: a la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, al Relator Especial sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, al Relator Especial sobre el Derecho al Agua y al Saneamiento, y también a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Lo he hecho porque lo que está sucediendo en el norte de Argentina, en la provincia de Formosa, y en otras regiones del planeta, es intolerable.

En el norte de Formosa, las comunidades indígenas —Wichí, Qom, Pilagá— están siendo privadas del agua como castigo, como forma de control, como represión encubierta. Se violan todos los tratados internacionales sobre el derecho al agua. Se desprecian los derechos humanos más fundamentales. Se asesina lentamente a pueblos enteros condenándolos a la sed, mientras se les arrebata su tierra, su dignidad y su futuro.

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Y esto no es un caso aislado. En África, en Asia, en América Latina, millones de niños mueren cada año por enfermedades evitables derivadas del agua contaminada. En pleno siglo XXI. En una era de satélites, de inteligencia artificial, de desaladoras, de miles de millones gastados en armas… mueren por falta de agua. ¿Qué humanidad somos?

Y mientras tanto, las multinacionales embotellan y venden ese bien sagrado como si fuera suyo. Se apropian de acuíferos. Privatizan manantiales. Expulsan a comunidades enteras para construir plantas de extracción. Todo con el beneplácito de gobiernos que han olvidado su deber de proteger lo común.

La agricultura intensiva —responsable del 70% del consumo mundial de agua potable— sigue impune, subsidiada y aplaudida. Los acuíferos se agotan. Los ríos se secan. Las lluvias ya no alcanzan. El cambio climático, que nosotros mismos hemos provocado, agrava cada día la escasez, mientras los más vulnerables son los primeros en caer.

El agua ya no es fuente de vida. Es fuente de poder. Y lo será aún más en el futuro. Las guerras del mañana no serán por petróleo: serán por agua. Por el control de los ríos, de los glaciares, de los acuíferos profundos. Y cuando ese momento llegue —porque llegará— el mundo mirará hacia atrás y se preguntará por qué no hicimos nada cuando aún era posible cambiar el curso.

Y mientras millones mueren por falta de agua, mientras se nos dice que no hay recursos, que las soluciones son costosas, que no se puede… la realidad es otra. El escritor e inventor español Alberto Vázquez-Figueroa diseñó hace años un sistema de desalación revolucionario: una desaladora que no requiere grandes consumos energéticos ni costosas infraestructuras, capaz de convertir el agua de mar en agua potable con un coste casi nulo. Una tecnología que podría abastecer a poblaciones enteras sin dañar el medio ambiente, sin dependencia energética, sin grandes inversiones.

Pero, ¿Qué ocurrió? Fue ignorado. Fue silenciado. Las patentes, en lugar de ser adoptadas y difundidas, fueron relegadas a un cajón oscuro del olvido. Porque su invento no generaba beneficios a las multinacionales del agua. Porque daba solución a un problema que para algunos es más rentable mantener que resolver.

Ese es el mundo en el que vivimos. Un mundo en el que las soluciones existen, pero se ocultan. Un mundo donde salvar vidas no da dividendos. Donde el dolor ajeno se mide en acciones bursátiles

Y lo más indignante de todo es que sí existen soluciones. Hay medios, hay tecnología, hay ideas brillantes que podrían acabar con la sed del mundo, que podrían garantizar el derecho al agua para todos los seres humanos. Pero cuando esas soluciones no generan beneficios para los poderosos, son silenciadas, despreciadas o escondidas. Porque en este sistema, todo lo que no da ganancias se convierte en una amenaza.

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Por eso hoy quiero lanzar una reflexión que va más allá de las cifras, más allá de la denuncia. Una reflexión dirigida a los poderes judiciales, a los gobiernos, a la sociedad civil… y a ti que me escuchas.

El agua no tiene dueño. El agua no es mercancía. El agua es vida. Es la sangre del planeta. El derecho al agua no puede estar supeditado a un contrato, a un permiso de explotación o a una decisión política. El agua debe ser protegida como bien sagrado. Como derecho inalienable. Como pilar de la justicia social y de la supervivencia humana.

Cuando negamos el agua, estamos condenando. Cuando comercializamos el agua, estamos esclavizando. Cuando callamos ante su privatización, somos cómplices de un crimen silencioso pero devastador.

Hoy, desde este espacio de conciencia y palabra, levanto mi voz por aquellos que no tienen voz. Por los pueblos indígenas ignorados. Por los niños que mueren de sed. Por los ríos que se secan. Por la humanidad que aún puede despertar.

Porque aún estamos a tiempo.

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Porque aún podemos volver a ser humanos.

Por eso, queridos oyentes, al cerrar este programa, no puedo más que invitaros a mirar el agua con otros ojos. No como un bien de consumo, no como un recurso explotable, sino como lo que realmente es: el alma líquida de nuestro planeta. La sangre que corre por sus venas. El derecho que define la dignidad de los pueblos.

Recordad que cada gota negada es un derecho pisoteado. Que cada niño que muere de sed es una derrota de la humanidad entera. Que no podemos seguir permitiendo que lo que nos dé vida sea usado como arma de muerte, como moneda de cambio, como herramienta de opresión.

Es momento de exigir justicia. De alzar la voz por quienes no pueden hacerlo. De convertir el agua en símbolo de unidad, no de guerra. De devolverle al mundo la cordura, antes de que sea demasiado tarde.

Porque la verdadera revolución empieza en el respeto a la vida. Y la vida comienza con el agua.

Hasta la próxima, con la voz y la conciencia encendidas.