El grito silenciado de los grandes simios

Somos parte de una gran familia. Una familia evolutiva que comparte raíces profundas en el tiempo. Entre sus miembros están los grandes simios: chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes. Y nosotros, los humanos, también somos grandes simios.
Pertenecemos, todos, a la misma familia de los homínidos.
Pero parece que hemos olvidado ese vínculo. Hemos roto el hilo invisible de la empatía, del respeto, del reconocimiento mutuo. Porque mientras nos proclamamos seres racionales y civilizados, los condenamos al encierro, al dolor y al olvido.
Los grandes simios tienen una mente compleja. Sienten, razonan, recuerdan, planean.
Tienen culturas propias, diferentes formas de comunicación, ritos sociales. Aprenden, enseñan, se emocionan. Son capaces también de llorar a sus muertos, utilizan herramientas complejas como lanzas, tambores golpeando troncos caídos para comunicarse en la lejanía y hasta incluso hay poblaciones que viven en cuevas como los hombres primitivos.
Y sin embargo… los tratamos como objetos. Hoy, cientos de grandes simios viven encerrados en zoológicos, solos, sin familia, sin libertad. Otros son víctimas del tráfico ilegal, una industria criminal que los caza en su medio natural para venderlos como mascotas exóticas, o como mercancía para circos y espectáculos o bien falsificando el CITES entran en comercio legal. En ese proceso, la madre suele ser asesinada. El bebé arrancado a la fuerza. Y solo uno de cada diez sobrevive el viaje hacia su cautiverio.
¿No es esto un crimen contra la vida?
La destrucción de sus hábitats por la tala indiscriminada, la minería del coltán, el monocultivo de palma africana que arrasa las selvas del mundo o la expansión humana, está reduciendo drásticamente sus poblaciones. Si no actuamos con urgencia, muchos de ellos desaparecerán para siempre. Y con ellos, una parte de nosotros mismos. Pero en medio de esta oscuridad, algunas luces han brillado. En Argentina, en un hecho sin precedentes a nivel mundial, dos grandes simias fueron reconocidas como “personas no humanas con derechos” por el poder judicial.
La primera fue Sandra, una orangutana que vivía sola en el zoológico de Buenos Aires.
Una jueza valiente, sensibilizada por una lucha que parecía imposible, declaró que Sandra no era una cosa, sino una persona no humana, con derechos básicos como la libertad y el bienestar. Esa sentencia histórica permitió su traslado a un santuario en Estados Unidos.
Poco tiempo después, Cecilia, una chimpancé que vivía en total soledad en el zoo de Mendoza, recibió también esa dignidad jurídica. Otra jueza reconoció su sufrimiento y, una vez más, sentenció que debía ser trasladada a un lugar donde pudiera vivir en compañía de los suyos. Cecilia fue llevada a un santuario en Brasil, donde al fin pudo recuperar parte de su dignidad. En todos estos procesos he participado directamente.
Estos fallos judiciales no fueron solo actos de justicia individual. Fueron pasos gigantes hacia una evolución ética de nuestra especie. Porque reconocer que los grandes simios merecen derechos es un acto de justicia, pero también de responsabilidad moral.
Nos gusta hablar de evolución, de progreso, de civilización… Pero ¿de qué sirve todo eso si seguimos cometiendo las mismas atrocidades contra quienes son tan parecidos a nosotros? Si seguimos encerrando a nuestros hermanos evolutivos, torturándolos en laboratorios, vendiéndolos como mercancía…¿Podemos seguir llamándonos humanos?
En España se está retrasando una Ley que les puede proteger de los abusos a los que están sometidos en cautividad, donde se les priva de ser quiénes son y se les obligan a ser lo que no son, meras estatuas vivientes para el beneficio económico de unos pocos y el entretenimiento de muchos. Una Ley que debería haberse legislado hace ya más de un año y medio y seguimos sin que el Gobierno de el paso decisivo a pesar de haberse aprobado en las dos cámaras por todos los partidos de España.
En Colombia, tras el traslado del último chimpancé llamado Yoko que quedaba en el país y donde el Proyecto Gran Simio de Colombia y España han colaborado de forma activa y económica para su traslado al Santuario de Sorocaba en Brasil, se ha presentado ante las cortes una Ley para que Colombia se declare libre de jaulas para grandes simios.
A pesar de que en España en 2008 también se aprobó una Proposición no de Ley para legislar una ley de grandes simios, esta quedó en el olvido por parte del Gobierno a pesar de ser aprobada en la Comisión de Medio Ambiente del Congreso. Parece que vamos por el mismo camino. ¿Qué nos ocurre con nuestros hermanos evolutivos? ¿Tenemos vergüenza de reconocer abiertamente que están dentro de nuestra familia de los homínidos? ¿Acaso es por ello que los despreciamos inconscientemente por querer los humanos ser los únicos homínidos? Lo cierto es que hay un rechazo, buen por temor a las burlas de la oposición o por el mero hecho de avergonzarnos que sean nuestros hermanos evolutivos y por ello cerramos los ojos ante la evidencia científica clara que nos demuestra lo contrario.
Salvar a los grandes simios no es solo salvar una especie. Es salvar un espejo donde aún podemos ver reflejada nuestra humanidad. Es reconocer que la inteligencia, el afecto y la conciencia no son patrimonio exclusivo del ser humano. Es tender un puente entre especies, donde el respeto sea el lenguaje común.
Ellos ya han dado muchas pruebas de quiénes son. Ahora nos toca a nosotros decidir si vamos a seguir siendo verdugos……o si finalmente nos convertiremos en los guardianes de nuestros hermanos olvidados.
Firma por una Ley de grandes simios en España, ellos te necesitan.
https://www.salvalaselva.org/peticion/1303/una-ley-ya-los-grandes-simios-no-pueden-esperar