Jane Goodall y los guardianes invisibles de la Tierra
El pasado 1 de octubre de 2025, falleció Jane Goodall, la mujer que dedicó su vida a observar, comprender y proteger a los chimpancés, y que más tarde recorrió el mundo entero hablando de respeto, empatía y esperanza hacia nuestro planeta. Su partida ha dejado una huella inmensa, y los medios internacionales de todos los continentes han hecho eco de su muerte. Miles de artículos, homenajes y programas especiales se han publicado en reconocimiento a una vida ejemplar.
Y es justo. Jane lo merece. Su legado en defensa de los grandes simios y de la naturaleza es incuestionable.
Pero hoy quiero detenerme en algo que me duele profundamente y que debería hacernos reflexionar: ¿Por qué solo algunas muertes conmueven al mundo? ¿Por qué cuando un defensor o defensora del medio ambiente, un líder indígena o una guardiana del territorio son asesinados, su nombre apenas aparece en una nota breve —si es que aparece— y su historia se pierde en el olvido? Parece que la muerte solo se vuelve noticia cuando el nombre es conocido o cuando hay una cámara que lo amplifica.
Mientras el planeta entero despedía a Jane Goodall, otros guardianes de la Tierra eran silenciados para siempre.

Según el último informe de Global Witness, durante 2024 fueron asesinados o desaparecieron al menos 146 defensores del medio ambiente y del territorio en el mundo. Desde 2012, la cifra asciende a más de 2.200 personas. La gran mayoría de estos crímenes quedan impunes. Y el 85 % de ellos ocurrieron en América Latina, una región donde defender la naturaleza se ha convertido en un acto de valentía extrema.
Solo en Colombia, en 2024, fueron asesinados 48 defensores de derechos humanos y líderes ambientales. En Guatemala, 20. En México, 18 asesinatos y una desaparición.
En Brasil, 12 casos. Y hasta mediados de 2025, la Defensoría del Pueblo de Colombia reporta 81 asesinatos más de líderes sociales.
Son números que deberían estremecernos tanto como la pérdida de cualquier figura mundial. Porque detrás de cada número hay un nombre, una historia, una familia que queda rota y una comunidad que pierde a su guía.

Pienso, por ejemplo, en Juan Antonio López, de Honduras, asesinado frente a una iglesia por defender el agua de su pueblo. En Francisco Marupa, líder indígena del pueblo Leco en Bolivia, que se opuso a la minería ilegal y fue abatido en febrero de este año. O en Hipólito Quispe Huamán, activista peruano que murió baleado en la Amazonía por enfrentarse a la tala y la deforestación. Ellos no salieron en las portadas. No hubo especiales de televisión ni homenajes internacionales. Su sacrificio pasó, como el viento entre los árboles, sin eco. Y muchos más que han quedado en el anonimato y el olvido intencionado.
Y sin embargo, ellos son también Jane Goodall. Cada uno de ellos encarna el mismo amor por la vida, la misma defensa del planeta, el mismo compromiso con los seres que no tienen voz. Pero la diferencia es que ellos murieron por hacerlo, y el mundo siguió girando sin enterarse.
Nos hemos acostumbrado a que las muertes sean jerárquicas, a que haya vidas “noticiables” y vidas que no merecen ni una línea. Esa indiferencia mediática, ese silencio selectivo, es otra forma de violencia. Porque cuando el asesinato de un defensor no tiene eco, el mensaje que reciben los agresores es claro: pueden seguir matando sin consecuencias. Y así, la impunidad se vuelve costumbre.
Es hora de romper ese silencio. De exigir a los medios internacionales que informen, que visibilicen, que pongan rostro a los que mueren por proteger los ríos, los bosques, las selvas, las montañas. Que cada periodista recuerde que la vida de un campesino, de una mujer indígena o de un activista local vale lo mismo que la de un científico famoso.
Porque la defensa de la Tierra no tiene jerarquías.

Jane Goodall abrió el camino del respeto por los animales y la naturaleza.
Pero los que siguen muriendo cada día por defenderla son quienes continúan su legado en silencio, en los rincones olvidados del planeta. No tienen fundaciones, ni documentales, ni homenajes globales. Tienen solo su valor, su voz y su tierra.
Y por eso los matan.
Hoy, mientras recordamos con gratitud a Jane Goodall, deberíamos también nombrar a los guardianes invisibles, a los mártires del planeta. Porque sin ellos, la esperanza muere. Y porque solo cuando comprendamos que todas las vidas que defienden la Tierra tienen el mismo valor, podremos decir que verdaderamente hemos aprendido de Jane.
