No debemos olvidar

Ni podemos pasar página hasta que los responsables sean juzgados
No debemos olvidar

El COVID-19 ha sido otro episodio más lleno de incertidumbres, contradicciones y, en muchos casos, una falta de transparencia que ha dejado a la sociedad con más preguntas que respuestas. Al igual que otros momentos críticos de la historia, la gestión de la pandemia dejó a su paso un rastro de injusticias y mentiras que aún no han sido aclaradas, y muchas de las víctimas, especialmente los ancianos, han sido olvidadas en medio del caos.

Desde el inicio de la pandemia, ha habido una falta de claridad en torno a muchos aspectos clave: el origen del virus, la manera en que los gobiernos manejaron la crisis, y las decisiones que se tomaron para enfrentarla. En medio de esta confusión, los ciudadanos fueron testigos de versiones cambiantes de los hechos, con contradicciones entre las recomendaciones científicas y las decisiones políticas.

Muchos países, incluidos España, impusieron confinamientos masivos que, aunque se presentaron como medidas necesarias para controlar la propagación del virus, también fueron vistas por muchos como una violación de las libertades fundamentales. Las restricciones impuestas fueron, en muchos casos, desproporcionadas, y los efectos psicológicos y sociales aún se sienten en gran parte de la población.

Uno de los aspectos más dolorosos de la pandemia fue la situación de los ancianos en residencias. Muchos de ellos murieron en condiciones deplorables, encerrados y solos, sin poder despedirse de sus familias y sin recibir la atención médica adecuada. Las decisiones de negarles el acceso a los hospitales para no saturar los sistemas de salud fue una de las grandes injusticias cometidas durante la pandemia, y es algo que aún no ha sido suficientemente abordado ni aclarado.

residencia

A pesar de los avances científicos, aún hoy no se sabe o no se quiere saber con certeza de dónde proviene el virus. Las versiones han oscilado entre orígenes naturales y teorías sobre accidentes de laboratorio en Wuhan, pero lo cierto es que no se ha hecho un esfuerzo claro para ofrecer una respuesta definitiva. Esta falta de transparencia alimenta la desconfianza en las instituciones, y la sensación de que las élites políticas y científicas no han sido completamente sinceras con la población.

A todo ello debemos sumar la enorme corrupción existente en la venta de mascarillas y otros elementos de protección, lo que ha evidenciado la irresponsabilidad de muchos políticos, incapaces de gestionar con eficacia una emergencia nacional. Esta misma incapacidad la estamos viendo reflejada en otros casos recientes, como la DANA en Valencia o los incendios forestales del verano de 2025. A ello se suman también empresarios y políticos que sin escrúpulos, que se aprovecharon del miedo y la angustia de una España sumida en la amenaza vírica para enriquecerse a costa del sufrimiento de la ciudadanía.

Al igual que en otros momentos de crisis, muchas de las víctimas de la pandemia han sido olvidadas, y las decisiones erradas de los gobiernos y las instituciones han quedado sin rendición de cuentas. El caso de los ancianos abandonados en residencias es uno de los más trágicos, pero también hay que mencionar los efectos colaterales del confinamiento, como el impacto en la salud mental, la educación y la economía.

La manipulación de la verdad durante la pandemia ha sido evidente en muchos momentos, desde el manejo de las cifras hasta las restricciones sin precedentes que se impusieron a los derechos fundamentales. Las sociedades fueron sometidas a medidas que, en condiciones normales, serían impensables, y en muchos casos, las justificaciones fueron insuficientes o claramente inconsistentes.

Tampoco se nos ha dicho la verdad sobre la rapidez con la que se aprobaron las vacunas ni sobre las consecuencias reales que han tenido en muchas personas, algunas de las cuales han perdido la vida por los efectos secundarios. No existe, ni se quiere elaborar, una estadística oficial que refleje la magnitud de este drama.

Lo que ocurrió en las residencias de mayores, con la falta absoluta de ayuda a nuestros ancianos, miles de ellos muertos en la más cruel soledad, sin atención médica, sin cuidados, sin el cariño de sus familias, constituye una de las páginas más oscuras de nuestra historia reciente. Y esa historia no debe olvidarse. Quienes tomaron decisiones que provocaron estas muertes deberían responder ante los tribunales por homicidio o incluso por asesinato.

Pero en España, pasar página es costumbre, olvidar a las víctimas es rutina, y la justicia no alcanza a los verdaderos responsables. Se nos presenta como una democracia, pero en realidad es una democracia a medida de quien se beneficia de ella, no de la sociedad en su conjunto.