Semillas de paz y esperanza

Recientemente, el Papa León XIV, ha lanzado un mensaje para la X jornada mundial de oración por el cuidado de la creación 2025, titulado “Semillas de paz y esperanza”, en el que claramente invita a la comunidad cristiana a seguir las enseñanzas de la encíclica del anterior Papa Francisco en “Laudato Si”, que este año cumple 10 años desde su publicación.
Habla de que debemos ser semillas para que la paz en el mundo se extienda a todas las naciones y que no debemos perder la esperanza. Pero esas semillas por sí solas no crecen sin ser cuidadas e invita tímidamente a la acción. Nos habla del deterioro de la biodiversidad de nuestro planeta, la deforestación, contaminación y la codicia que viene adjunta a este deterioro de nuestra casa común. León XIV nos dice en este mensaje que: “Parece que aún no se tiene conciencia de que destruir la naturaleza no perjudica del mismo modo: pisotear la justicia y la paz significa afectar sobre todo a los más pobres, a los marginados, a los excluidos. En este contexto, es emblemático el sufrimiento de las comunidades indígenas”.
Pero la iglesia no debe quedarse en meras llamadas de atención que sí son necesarias. Debe comprometerse en realizar acciones, aunque algunas de ellas no guste a ciertos cristianos devotos que tachan de ridiculez la defensa del medio ambiente o no critican los genocidios como el de Palestina, siendo una contradicción extrema de lo que Jesucristo nos quiso enseñar.
León XIV dice que “es hora de pasar de las palabras a los hechos” y que “trabajando con dedicación y ternura, se pueden hacer germinar muchas semillas de justicia, contribuyendo así a la paz y a la esperanza” Habla que a veces se necesita años para que el árbol de sus primeros frutos”, pero también es cierto que según vaya avanzando el tiempo, la crisis climática y las consecuencias graves para la humanidad irán en aumento y ya no habrá marcha atrás, porque la Tierra si necesita tiempo para recuperarse.
La clave está en la acción y la iglesia en su conjunto tiene una gran responsabilidad en este sentido, al mover a millones de personas de fe y tener esa fuerza de masas que sí podría cambiar la historia. Pero dentro del clero también se necesita un cambio radical. No se debe permitir que las comunidades indígenas de las que habla el Papa, estén totalmente abandonadas por la iglesia y que desde los púlpitos de las templos no se esté llamando a la defensa de los derechos de las naciones originarias, que no se esté educando a los católicos en solventar esta grave violación de los derechos humanos y sí muchas veces apoyando a los responsables de estos genocidios.
Las semillas de paz y esperanza, también deben estar presentes en el Vaticano, en los Consejos apostólicos, en el Consejo Episcopal, en los obispos y arzobispos, en las parroquias y sacerdotes. No se puede permitir como ha ocurrido recientemente en Argentina, que se celebre una misa por el eterno descanso de Perón, un dictador que ha asesinado a miles de personas y despreciaba a los pueblos indígenas hasta el punto de acabar casi con los Peligás ejecutando a cientos de ellos y que encima sea elogiado por un sacerdote ante cientos de personas en la catedral sin que tenga ninguna sanción o expulsión de la iglesia.
León XIV debe ser severo ante estos hechos o parecidos, teniendo un departamento que actúe de forma rápida y contundente ante representantes de la iglesia que cometan infamias aprovechándose de su situación de pastor. Una iglesia del siglo XXI debe de estar a la altura del avance de la sociedad. No se deben ocultar delitos realizados por miembros del clero o prácticas indecorosas.
Las semillas de paz deben ser dirigidas a Palestina y a todos los ciudadanos de países que sufren guerras por la irresponsabilidad y avaricia de sus gobernantes, que nunca se les ve en el frente y que con su cobardía, siembran dolor y muerte. Los miles de niños muertos en la granja de Gaza, niños desnutridos, asesinados por desnutrición, por las bombas del odio y que deben estar en la conciencia de todos nosotros, en la conciencia de una Europa que mira hacia otro lado, de una Iglesia que no condena radicalmente lo que está ocurriendo en Palestina, esos gritos de niños sin sonrisa que han perdido su propia existencia. Un dolor que nos debe doler en el corazón a todos los que de verdad sentimos humanidad en nuestras venas.
Las imágenes difundidas el jueves pasado del asesinato de 15 personas entre ellas nueve niño y cuatro madres por el ejército de Israel, estremece el corazón. Como se ve a bebes tendidos en el suelo muertos o heridos, a un niño llorando junto a su hermano muerto. Imágenes poco difundidas entre los medios de comunicación, tapando el horror de una guerra injusta contra un pueblo indefenso. Están asesinando sin pudor mientras que la Comunidad Internacional sigue mirando hacia otro lado. Es una vergüenza este crimen de lesa humanidad, cuyos responsables no sólo son los que lo ejecutan, sino también los que les apoya o silencian.
¿Qué hace la iglesia? No puede quedar muda. Debe ir a la acción. Deben de resonar las campanas de todos los campanarios ante un genocidio sin precedentes en la historia de la humanidad. La iglesia en Israel debe denunciar. La iglesia del mundo debe gritar y pedir el cese de estos asesinatos masivos. Debe de gritar ante la desnutrición forzada a un pueblo que se le ha quitado la esperanza y la semilla. Mantener a un país hambriento como en tiempos feudales para asesinar en pleno siglo XXI, es retroceder en los derechos humanos, en la dignidad del mal llamado “Homo sapiens”. La iglesia no puede callarse. No puede ser cómplice de este genocidio aplaudido y callado.
La esperanza, palabra fácil de decir pero casi imposible de creer mientras que los gobiernos sean como hasta ahora, que solo miran los índices de votos cada cuatro años. Esperanza que vuela para todos los que están sufriendo en todas las guerras, en Palestina, en los pueblos originarios. Para ellos ya no hay esperanza, sólo sobrevivir. No hay justicia divina, sólo supervivencia. No hay semilla alguna, ni siquiera para llevarse a la boca hambrienta de niños que han perdido incluso las lágrimas. No existe Dios que los proteja ante el sufrimiento y el dolor y en el asesinato de sus bebes. No existe vida, porque sus corazones están hundidos en tristeza profunda.
Mucho tiene que cambiar la sociedad en su conjunto, para que las semillas puedan germinar y la esperanza pueda ser una bandera real y no un trapo sucio para lavar conciencias.