Tesla: el genio olvidado y silenciado

Nuestro futuro fue robado por codicia. Y ese robo aún tiene consecuencias hoy
Tesla: el genio olvidado y silenciado

Quiero hablarles de un hombre cuya memoria ha sido injustamente relegada a los márgenes de la historia oficial. Un visionario que soñó con liberar a la humanidad de uno de los mayores yugos del poder: el control de la energía. Su nombre fue Nikola Tesla, y su mayor pecado fue querer regalar al mundo aquello que los poderosos querían vender.

Tesla no fue simplemente un inventor. Fue un genio adelantado a su tiempo, incomprendido por la sociedad de su época y traicionado por quienes tenían el poder económico y político. Entre sus muchos descubrimientos e invenciones, hubo uno que podría haber cambiado el destino de nuestra civilización: la transmisión de energía sin cables. Tesla no solo ideó la corriente alterna, base de la electricidad moderna, sino que imaginó un planeta interconectado por energía libre, transmitida a través del propio campo electromagnético de la Tierra. Sin necesidad de postes, cables, combustibles fósiles ni facturas eléctricas.

En su Torre Wardenclyffe, construida en Nueva York a principios del siglo XX, Tesla experimentaba con la idea de enviar electricidad a largas distancias, a través del aire y de la corteza terrestre, para que cualquier persona, en cualquier rincón del planeta, pudiera acceder a ella. Su sueño era profundamente humanista: una energía gratuita, limpia, inagotable y universal. Como el aire o la luz del sol. Energía como un derecho, no como un negocio.

Pero entonces entró en escena uno de los símbolos del capitalismo más voraz: el banquero J. P. Morgan, quien al principio financió a Tesla. Sin embargo, cuando comprendió que con aquella tecnología no podría poner un contador a cada hogar, que la gente recibiría la energía sin pagarle a nadie, Morgan se retiró del proyecto. Su famosa frase lo dice todo: “¿Dónde pongo el medidor?”. El futuro de la humanidad quedó sentenciado por esa pregunta. El capital, una vez más, decidió por todos. La torre fue abandonada, el proyecto cancelado, el laboratorio de Tesla ardió en extrañas circunstancias y su figura fue arrinconada, silenciada, ninguneada.

Tesla murió solo, empobrecido y olvidado, en un modesto hotel de Nueva York. Cuando falleció, el FBI confiscó todos sus papeles, diarios, esquemas y documentos técnicos. Hasta el día de hoy, gran parte de ese material sigue sin conocerse públicamente. ¿Por qué? ¿Qué había allí que aún representa una amenaza para los intereses que dominan el mundo? ¿Qué secretos nos fueron arrebatados con su caída?

La historia de Tesla no es solo una injusticia personal. Es el símbolo de algo mucho más profundo: el robo del futuro. Si la visión de Tesla se hubiera materializado, hoy no existiría pobreza energética. Las comunidades rurales, los pueblos indígenas, las regiones aisladas podrían tener energía sin depender de redes eléctricas ni de los dictámenes de los gobiernos o de las grandes corporaciones. No viviríamos bajo la amenaza del cambio climático causado por la quema de combustibles fósiles, porque no serían necesarios. Las guerras por el petróleo o el litio no existirían, y millones de vidas podrían haberse salvado si la energía hubiese sido compartida y no mercantilizada.

tesla

Tesla fue un adelantado que no hablaba de utopías, sino de ciencia aplicada al bien común. Pero fue silenciado porque su sueño era incompatible con el sistema económico que necesita convertirlo todo en producto, en negocio, en propiedad. Lo que Tesla ofrecía era libertad, y la libertad asusta al poder.

Hoy más que nunca, cuando millones de personas viven sin acceso a la electricidad, cuando el cambio climático nos empuja al borde del abismo, y cuando la energía sigue siendo usada como un arma geopolítica, debemos recordar a Nikola Tesla. Su legado no puede seguir enterrado bajo los escombros del silencio y la codicia. El mundo que él soñó aún es posible si tomamos conciencia de lo que se nos arrebató y exigimos que el conocimiento científico esté al servicio de la humanidad, no de las élites.

El caso Tesla es también un espejo. Nos muestra quiénes deciden nuestro destino y qué clase de mundo podríamos tener si las decisiones no estuvieran dictadas por la rentabilidad, sino por la ética. Nos hace preguntarnos: ¿Cuántas otras ideas, inventos o descubrimientos han sido ocultados por no ser rentables? ¿Cuántas veces hemos perdido el rumbo porque la brújula del sistema no apunta al bienestar común sino al beneficio privado?

Que la historia de Tesla no quede solo en una anécdota o en una figura romántica. Que sea un llamado a abrir los ojos. A reconocer que hubo una alternativa y que la seguimos teniendo si tenemos el valor de recuperarla.

Nikola Tesla no murió. Fue enterrado vivo en el olvido. Pero su luz, su verdadera luz, aún puede guiarnos si tenemos el coraje de mirar hacia donde los poderosos no quieren que miremos.

Nuestro futuro fue robado por codicia. Y ese robo aún tiene consecuencias hoy: apagones, pobreza, contaminación, guerras por petróleo. Si hubiéramos seguido a Tesla, el planeta sería otro. Y quizá nosotros también. No es tarde para rescatar su legado. No es tarde para exigir que la energía esté al servicio de la humanidad, no de las corporaciones. Que la ciencia vuelva a ser luz… no propiedad de la oscuridad.