Trilogía al amor

Trilogía al amor, a la pasión, a la belleza extenuada donde dos amantes buscan el gozo, la unión, el deseo y los ecos de los suspiros que hablan sólo del placer que embarga dos energías profundas que se funden en el universo.
Bajo la piel del deseo
En la penumbra suave de tu aliento,
se desvela el fuego que guardo dentro.
Tus manos, mapas que recorren mi piel,
dibujan senderos que llevan al Edén.
Tus labios son un océano en calma y tormenta,
que navego con ansias, sin pausa ni meta.
Tus suspiros, murmullos de un canto prohibido,
despiertan la luna en mi pecho dormido.
Nos encontramos entrelazados,
donde el tiempo se pierde, los cuerpos callados.
Cada caricia es un verso en la piel,
un poema sin rima, ardiente y cruel.
La luz de las estrellas vela nuestro pacto,
la noche nos cubre en su manto intacto.
Y mientras el mundo se disuelve a lo lejos,
mi alma y mi cuerpo se funden en reflejos.
En el templo silencioso de la noche,
donde el aire susurra secretos al roce,
tu cuerpo es la llama que rompe el frío,
el pulso ardiente que despierta lo mío.
Tus manos, alquimistas de esta danza,
transforman el tacto en pura esperanza.
Es un lenguaje sin palabras ni miedo,
que se habla con besos, con el roce de dedos.
Tu boca, un eclipse de fuego y ternura,
desata un torrente de dulce locura.
Cada susurro, cada respiración,
es un himno sagrado a la perdición.
Tu piel, un mapa de misterios antiguos,
desvela caminos hacia deseos ambiguos.
Mi boca explora tus valles y montañas,
bebiendo el néctar que la pasión baña.
Enredados, nuestros cuerpos se pierden,
como olas del mar que nunca se muerden.
La luna, testigo de esta comunión,
se oculta ruborosa en su contemplación.
Nuestros gemidos son ecos de estrellas,
que caen desde el cielo, ardientes y bellas.
El tiempo se rompe, el mundo se calla,
y solo el deseo persiste, estalla.
Me pierdo en el abismo de tu mirada,
donde la lujuria y el amor se entrelazan.
Eres mi anhelo, mi fulgor, mi tormenta,
el secreto que la noche reinventa.
Nos encontramos en un rincón eterno,
donde el placer es fuego, y el sudor, invierno.
Y mientras el alba pinta de luz el suelo,
queda en mi pecho el eco de este cielo.
Mareas de pasión
En el abismo profundo de tu mirada,
se desata la tormenta que mi piel reclama.
Tus labios, hogueras de un fuego prohibido,
encienden caminos que jamás había recorrido.
Cada roce tuyo es un eco en mi cuerpo,
un latido urgente, un suspiro incierto.
Tus manos dibujan versos sobre mi piel,
y mi alma se rinde en este lazo fiel.
La luna nos observa con celosía,
mientras tu aliento me envuelve en melodía.
En el vaivén de nuestros cuerpos unidos,
somos el mar, la ola, el gemido.
El tiempo se quiebra en este encuentro,
y el espacio se disuelve entre tu cuerpo y el mío.
Cada caricia es un pacto sagrado,
donde el placer y el amor son aliados.
Tu risa es un relámpago en la penumbra,
un relámpago que me consume y alumbra.
Tu piel, un paisaje que quiero explorar,
un mapa de deseos que no quiero dejar.
Nos perdemos en un ritmo infinito,
donde el deseo y el amor se hacen grito.
Y mientras el mundo afuera se silencia,
mi universo se resume en tu presencia.
Tus gemidos son la música del cosmos,
un canto sagrado, un lenguaje de dioses.
En la cumbre de este éxtasis divino,
me pierdo en ti, en tu esencia, en tu destino.
Ecos de tu piel
En la penumbra donde el deseo susurra,
tu cuerpo es el altar donde mi alma murmura.
Cada línea, cada curva en tu piel,
es un poema que mis manos quieren leer.
Tu aliento, cálido y lleno de promesas,
acaricia mi cuello con ansias traviesas.
Tus dedos, exploradores sin prisa,
descubren en mi piel un mapa de caricias.
El roce de tu cuerpo es mi condena,
un fuego que arde, una llama que no frena.
Cada beso es un pacto, cada gemido un lazo,
y en el vaivén de tus caderas encuentro mi abrazo.
Tu risa es el eco de estrellas fugaces,
que brillan y arden en momentos fugaces.
Tus ojos, abismos donde quiero caer,
tu boca, la puerta a un mundo por nacer.
Las sábanas guardan secretos de pasión,
y el aire vibra con nuestra respiración.
Tus labios recorren mis noches en vela,
dejando en mi piel un rastro de estela.
Somos mareas, olas que se buscan,
que chocan, se pierden y siempre se juntan.
Cada susurro tuyo es mi redención,
y cada caricia es pura devoción.
En el final del abismo, donde el placer despierta,
tus manos, tus labios, son mi única oferta.
Y mientras el alba pinta de luz nuestro lazo,
sé que en tu abrazo he encontrado mi ocaso.
Pedro Pozas Terrados